20/7/08

LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA

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Frederick Copleston HISTORIA DE LA FILOSOFIA I Grecia y Roma

CAPÍTULO XI
LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA
1. Suele decirse a menudo que la filosofía griega gira en torno al problema de lo Uno y
lo Múltiple. En las fases más primitivas de ella encontramos ya la noción de la
unidad: las cosas se transforman unas en otras... por consiguiente, ha de haber algún
sustrato común, algún principio último, cierta unidad subyacente a la diversidad.
Tales declara que ese principio común es el agua; Anaxímenes, que el aire; Heráclito,
que el fuego: se decide cada uno por un principio diferente, pero los tres creen en un
principio último. Ahora bien, aunque el hecho del cambio —lo que Aristóteles llamó el
cambio «sustancial»— pudiese sugerirles a los cosmólogos primitivos la noción de una
subyacente unidad del universo, sería erróneo reducir tal noción a una conclusión de
la ciencia física. Habida cuenta de lo que requieren las pruebas estrictamente
científicas, carecían ellos de datos suficientes para garantizar sus afirmaciones acerca
de la unidad, y mucho menos podían garantizar de certera la aserción sobre cualquier
último principio concreto, ya fuese el agua, el fuego o el aire. El hecho es que los
primeros cosmólogos saltaron, por encima de los datos, a la intuición de la unidad
universal: poseían lo que podríamos llamar la facultad de la intuición metafísica, y en
esto estriba su gloria y el que merezcan ocupar un puesto en la historia de la filosofía.
Si Tales se hubiese contentado con decir que la tierra evolucionó a partir del agua,
«tendríamos tan sólo —como observa Nietzsche— una hipótesis científica: hipótesis
falsa, aunque difícil de refutar». Pero Tales rebasó la hipótesis meramente científica:
llegó a formular una doctrina metafísica con su frase de que todo es uno.
Citemos otra vez a Nietzsche: «La filosofía griega comienza, al parecer, con una
fantasía absurda: con la proposición de que el agua es el origen, el seno materno de
todas las cosas. ¿Merece la pena, realmente, parar mientes en ella y considerarla con
seriedad? Sí, y por tres razones: En primer lugar, porque esta proposición enuncia
algo sobre el origen de las cosas; en segundo lugar, porque lo hace así sin metáforas ni
fábulas; en tercero y último lugar, porque en ella está ya contenida, aunque sólo en
fase de crisálida, la idea de que todo es uno. La primera de las razones aducidas deja
aún a Tales en compañía de gentes religiosas y supersticiosas; la segunda, empero, lo
saca ya de esa compañía y nos lo muestra como un filósofo de la naturaleza; y, en
virtud de la tercera, Tales pasa a ser el primer filósofo griego.»1 Esto es también
verdad de todos los primeros cosmólogos: hombres como Anaxímenes y Heráclito se
remontaron igualmente por encima de lo que podía ser verificado mediante la mera
observación empírica. Al mismo tiempo, no se contentaron con ninguna de las
admitidas fantasías mitológicas, porque buscaban un auténtico principio de unidad, el
sustrato último del cambio: lo que afirmaron, lo afirmaron con toda seriedad. Tenían
ellos la noción de que el mundo era un todo sistemático, un conjunto gobernado por
una ley. Sus afirmaciones se las dictaban la razón o el discurso, no la simple
1 La filosofía durante el período trágico de Grecia, Secc. 3.

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imaginación ni la mitología; y así, merecen ser contados en el número de los filósofos,
y como los primeros filósofos de Europa.
2. Pero aunque los primeros cosmólogos estuvieran inspirados por la idea de la unidad
cósmica, se hallaban ante el hecho de lo múltiple, de la diversidad, y no podían menos
de intentar la conciliación teórica entre esta evidente pluralidad y la supuesta
unidad. Dicho de otro modo: tenían que dar cuenta y razón del mundo tal como lo
conocemos. Mientras Anaxímenes, por ejemplo, recurrió al principio de la
condensación y la rarefacción, Parménides, en el empeño de su gran teoría de que el
Ser es Uno e inmutable, negó en redondo las realidades del cambio y de la
multiplicidad, considerándolas como ilusiones de los sentidos. Empédocles postuló
cuatro elementos últimos, a partir de los cuales se compondrían todas las cosas en
virtud de la acción del Amor y la Discordia, y Anaxágoras sostuvo el carácter
definitivo de la teoría atómica y explicó cuantitativamente las diferencias
cualitativas, haciendo con ello justicia a la pluralidad, a lo múltiple, a la vez que
tendía a apartarse de la primitiva visión de la unidad, pese al hecho de que cada
átomo represente al Uno de Parménides.
Cabe decir, pues, que los presocráticos se debatieron con el problema de lo uno y lo
múltiple y no lograron resolverlo. La filosofía heraclitiana contiene, por cierto, la
profunda noción de la unidad en la diversidad, pero está impedida por la exagerada
afirmación del devenir y por las dificultades que comporta la doctrina del Fuego. En
resumidas cuentas, los presocráticos fracasaron en su intento de resolver el problema,
y éste fue planteado de nuevo por Platón y Aristóteles, quienes concentraron sobre él
su superior talento y genio.
3. Mas si el problema de lo Uno y lo Múltiple siguió preocupando a los filósofos griegos
del período postsocrático, y si recibió soluciones mucho más satisfactorias en manos
de Platón y Aristóteles, evidentemente no debemos caracterizar la filosofía
presocrática por una referencia a este problema, sino que hemos de buscar algún otro
rasgo que la distinga y caracterice. ¿Dónde lo hallaremos? Podemos decir que la
filosofía presocrática pone todo su interés en el mundo exterior, en el objeto, en lo que
está fuera del yo. El hombre, el sujeto, el yo, naturalmente no quedan excluidos de sus
consideraciones, pero el centro de su interés se halla sin duda fuera del yo. Esto se
verá claramente examinando la pregunta que se fueron haciendo uno tras otro los
pensadores presocráticos: «¿Cuál es el componente último del mundo?» En sus
respuestas a esta cuestión, los primeros filósofos jonios rebasaron ciertamente lo que
les garantizaban los datos empíricos, pero, según lo hemos notado ya, trataron el
asunto con espíritu filosófico y no con la mentalidad de tejedores de patrañas
mitológicas. Aún no distinguían bien entre la ciencia física y la filosofía, sino que
combinaban las observaciones «científicas» de carácter puramente práctico con las
especulaciones filosóficas; mas ha de recordarse que, en aquel primitivo estadio del
saber, difícilmente era posible diferenciar la ciencia física y la filosofía, pues los
hombres querían ir conociendo algo más el mundo, y era muy natural que las
cuestiones científicas y las filosóficas se entremezclasen. Como se interesaron en
averiguar la naturaleza última del mundo, sus teorías cuentan entre las filosóficas;
pero como aún no se había llegado a una clara distinción entre el espíritu y la
materia, y debido a que su pregunta estaba inspirada sobre todo por el hecho del
cambio material, su respuesta la expresaron en su mayor parte con términos y
conceptos tomados de la materia. Hallaron que la «estofa» última del universo era una

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materia de alguna clase —cosa bien natural—, bien fuese el agua de Tales, lo
indeterminado de Anaximandro, el aire de Anaxímenes, el fuego de Heráclito, o los
átomos de Leucipo, y así gran parte de su materia fundamental podrían reclamarla
los físicos de hoy como perteneciente a sus dominios.
De manera que a los primeros filósofos griegos se les llama con razón cosmólogos,
porque se interesaron en averiguar la naturaleza del Cosmos, objeto de nuestro
conocimiento, y al hombre mismo lo consideraron en su aspecto objetivo, como una
porción del Cosmos, más bien que en su aspecto subjetivo de sujeto del conocimiento o
de agente voluntario y moral. En su consideración del Cosmos, no llegaron a ninguna
conclusión definitiva que explicase todos los factores implicados; y este evidente
fracaso de la cosmología, junto con otras causas que ahora examinaremos, llevó
naturalmente a dirigir el interés hacia el sujeto, apartándolo del objeto, al hombre
mismo, prescindiendo del Cosmos. Este cambio del interés, tal cual aparece en los
sofistas, lo estudiaremos en la sección siguiente del libro.
4. Aunque es cierto que la filosofía presocrática gira en torno al Cosmos, al mundo
exterior, y que este interés cosmológico es el rasgo distintivo de los presocráticos en
contraste con el de Sócrates, también se ha de advertir que en la filosofía presocrática
se planteó un problema vinculado con el hombre en cuanto sujeto cognoscente: el de
las relaciones entre la razón y la experiencia sensible. Así, Parménides, partiendo de
la noción del Uno y viéndose incapaz de explicar el comenzar a ser y el dejar de ser —
datos de la experiencia sensible— deja de lado la evidencia de los sentidos como
ilusoria, y proclama que sólo el conocimiento racional puede llegar a asir la Realidad
permanente. Pero el problema no fue tratado de manera completa o adecuada, y
cuando Parménides negó la validez de la percepción sensible lo hizo en razón de una
doctrina metafísica y de unos postulados, más bien que en virtud de una detenida
consideración de la naturaleza de la percepción sensible y del conocimiento no
sensitivo.
5. Puesto que a los primeros pensadores griegos les corresponde con justicia el dictado
de filósofos, y puesto que procedieron en gran parte a base de acciones y reacciones o
de tesis y antítesis (por ejemplo, exagerando Heráclito el devenir, e insistiendo
demasiado Parménides en el Ser), no podía menos de esperarse sino que los gérmenes
de las tendencias filosóficas posteriores y los de las respectivas escuelas fuesen ya
discernibles en la filosofía presocrática. Así, cuando se asocia la doctrina parmenídea
del Uno con la exaltación del conocimiento racional a expensas de la percepción
sensible, colígense los gérmenes del futuro idealismo; mientras que en la introducción
del Nous por Anaxágoras —bien que su empleo real del Nous fuese escaso— podemos
ver los gérmenes del posterior teísmo filosófico; y el atomismo de Leucipo y Demócrito
viene a ser como un anticipo de las futuras filosofías materialistas y mecanicistas que
tratarían de explicar todo lo cualitativo por lo cuantitativo y de reducir la totalidad
del universo a la materia y a sus efectos.
6. Por lo que llevamos dicho, debería quedar bien claro que la filosofía presocrática no
es simplemente un estadio filosófico del que se pueda prescindir al estudiar el
pensamiento griego —de suerte que fuese justificable el empezar, sin más, por
Sócrates y Platón. La filosofía presocrática no es una fase prefilosófica, sino que es la
primera etapa de la filosofía griega. Aun con todas sus necesarias mezclas, es ya
filosofía, y merece ser estudiada por su propio interés intrínseco: como el primer
intento griego de conseguir una explicación racional del mundo. Además, no es una

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unidad cerrada en sí misma, un compartimiento estanco con respecto a la filosofía qué
le siguió; antes, al contrario, es una preparación del período siguiente, pues en ella
vemos plantearse problemas en que se habían de ocupar las mentes de los mayores
filósofos griegos. El pensamiento griego se va desarrollando y, aunque no sería fácil-
exagerar el genio de hombres como Platón y Aristóteles, nos equivocaríamos si
imaginásemos que el pasado no les influyó. Platón fue hondamente influido por el
pensamiento presocrático, por los sistemas heraclitiano, eleático y pitagórico;
Aristóteles consideraba su filosofía como herencia y coronación del pasado; y ambos
pensadores recogieron la problemática filosófica de manos de quienes les habían
precedido, y dieron, sí, a los problemas soluciones originales, pero no sin abordarlos
en su contexto histórico. Sería, pues, absurdo comenzar una historia de la filosofía
griega, con una exposición crítica de Sócrates y de Platón sin haberse detenido antes a
estudiar el pensamiento que les precediera, puesto que ni a Sócrates, ni a Platón, ni a
Aristóteles podemos entenderles sin conocer a sus predecesores…
* * *